Angie Quiñonez

Cuando Máquina de Cine llegó a Esmeraldas, yo era una joven sin dirección. Tenía ganas de hacer algo con mi vida, pero no sabía por dónde empezar. En el sector donde vivía no había espacios artísticos, ni referentes, ni oportunidades reales. Pero cuando esta propuesta aterrizó en la fundación donde participaba, algo en mí se encendió. Supe, sin pensarlo, que tenía que ser parte de eso. Y lo fui.

Ese taller fue mucho más que una formación audiovisual. Fue un espacio profundamente humano, empático y sanador. Aprendimos a usar cámaras, sí, pero también aprendimos a mirarnos, a escucharnos, a contar nuestras historias desde la verdad. Nos dieron voz. Y al final, ver nuestro trabajo en pantalla gigante fue simplemente indescriptible. Por primera vez, sentí que lo que salía de mí tenía valor. Que podía hacer cine. Que quería hacer cine.

Desde ese día no he parado. A paso lento, con dudas, con miedo, pero con certeza. Me ha costado. A veces siento que no tengo la elocuencia o la “inteligencia emocional” que otros cineastas parecen tener. Pero tengo algo claro: soy cineasta. Con mis herramientas, con mi mirada, con mi voz. He dirigido y producido cortometrajes que han sido seleccionados en festivales dentro y fuera del país. Y aunque no sé con exactitud a dónde me llevará este camino, sé que quiero seguir andando.

Porque esto apenas comienza. Y todo comenzó gracias a Máquina de Cine. Gracias por llegar a mi barrio olvidado. Gracias por creer en nosotros. Ojalá más jóvenes de comunidades invisibilizadas tengan la oportunidad de vivir algo así. Ojalá sigamos inspirando y sanando a través del arte, especialmente en estos tiempos tan rotos.

Gracias, de corazón.

Angelica Quiñonez 

IMDB