
Como colaboradores en Máquina de Cine, fuimos parte de un equipo dedicado a democratizar el cine como herramienta de transformación social. Nuestra labor se centró en el proyecto Ojos que no ven, una iniciativa que llevó talleres de creación audiovisual a comunidades en situación de vulnerabilidad en Ecuador, especialmente en Comunidades rurales, zonas como Esmeraldas, la línea fronteriza, comunidades kichwas y centros de privados de Libertad. Esta metodología —única en su enfoque— permitió que poblaciones históricamente invisibilizadas contaran sus propias historias a través de cortometrajes comunitarios, generando procesos de empoderamiento y reflexión colectiva.
Trabajar en Ojos que no ven fue una lección de humildad y humanidad. El proyecto no era ‘enseñar cine’, sino crear espacios donde los participantes decidían qué querían mostrar del mundo que otros no ven. En talleres intensivos, niños, jóvenes y adultos exploraban sus realidades mediante lentes: algunos grababan la resistencia ante sus vivencias; otras, la memoria de sus abuelas kichwas; o incluso el día a día en un centro de reclusion.
Mi rol fluctuaba entre facilitador/a técnico, coordinadora de produccion desde la capital del país y oyente activo. En Esmeraldas, por ejemplo, los colaboradores editaban in situ 15 cortometrajes para que la comunidad viera su reflejo en pantalla esa misma noche.
Esa inmediatez rompía con la lógica del cine tradicional: no había ‘productores’ lejanos decidiendo por ellos. El proceso era tan importante como el resultado —desde grabar y editar hasta debatir el corte final en asambleas vecinales. Lo más poderoso fue atestiguar cómo el cine se convertía en un acto político. En ciertos casos, un grupo de mujeres filmó para denunciar la violencia de género; en otros, jóvenes desplazados crearon testimonios ante el abandono estatal. Estas obras no solo circulaban en muestras locales: se volvían pruebas vivas de que el arte no requiere permisos para existir.
Hoy, años después, reafirmo que Ojos que no ven no fue un ‘proyecto social’, sino un ejercicio de justicia narrativa. Me llevo el orgullo de haber aprendido más de lo que enseñé, y la certeza de que el cine, cuando se hace con los ojos y las manos de quienes resisten, es imbatible.
Biografía
Directora de fotografía obsesionada con la poesía visual, con una carrera global que abarca desde zonas de guerra (Libia, Siria, Irak) hasta producciones de alto impacto (Narcos, Gemini Man, Jack Ryan, Echo 3, Mile 22), su lente busca siempre lo auténtico. Ganadora del premio a Mejor Fotografía en el NEW FILMMAKERS LA (2024), ha filmado con maestros como Ang Lee, Apichatpong Weerasethakul, Phil Abraham, documentado historias criminales para Netflix, Amazon Prime, Apple TV, National Geographic, y recreado épocas con audacia visual (Guillotine).